Todo comenzó con las bellísimas intenciones de salvarla de la tortuosa selva homínido. Pero con buenos sentimientos se hace mala literatura, y así no llegó a ser más que un escrito insulso, burgués.
Montaron un circo a su alrededor para protegerla de los siniestros episodios de las vidas de los escapistas. No alcanzó. El mundo perdió la peligrosa fragilidad del azar, pero no para dar lugar a una vida calma y feliz, sino sólo a una existencia prolija, pareja, recta, sin peligros ni emociones… ¿Pero es que la vida puede reducirse al mantenimiento de las funciones vitales?
Si, su cuerpo estaba sano, era hermosa, tenía un bellísimo manejo del lenguaje y de las artes; no había en ella la mancha del pecado, ni la voluntad de pecar. Este camino ya le había sido trazado incluso antes de nacer: un camino luminoso que la protegiera del dolor, la enfermedad y la muerte; y ella nació mansa, adoptó toda regla, se sometió al circo con absoluta docilidad, y quiso, sinceramente, creer en él.
Y así, cada día de su vida, transcurrió acompañado del montaje que no la abandonaba ni un instante, dando lugar a una blanda quietud que según le enseñaron a creer, era la máxima dicha. Murió así, durante años, hasta el día en que dudó, y así el mundo se le apareció por primera vez.