Toda vez que en el marco de cierta solemnidad, se nos invita a presentarnos a nosotros mismos ante el público expectante, se espera tan sólo que revelemos algunos pocos datos: Nombre y ocupación. Pero se los advierto, alcanzará un vibrato inesperado en la voz, una sonoridad italiana o demasiado barrial en el apellido, para despertar odios y pasiones repentinas e instantáneas; por no mencionar todo el peso de la etiqueta que caerá sobre nosotros cuando nos revelemos como estudiantes, amas de casa, titiriteros o jubilados. Pero señores.. ¡Digámoslo de una vez! ¡Éstos no son más que detalles accidentales! Atrevámonos, así sea una sola vez en la vida, a revelar nuestro verdadero ser, que le público atento nos conozca en nuestra mismísima esencia, hablemos aquello que nos hace ser quienes somos:
Nuestra perpetua lucha contra la caspa, el fóbico asco que nos producen las orugas, nuestra debilidad por las películas comunistas, y el impúdico placer que nos despiertan los besos en los piés.