Labios de oro

Narciso, como todos los de su tipo, huele a polvo, a tabaco y a libro viejo. Ligeramente encorvado, su cuerpo cultivado a la sombra, camina con ligereza y su andar es imperturbable. Todo en él se orienta bajo un matiz de fealdad, destino al que solo escapan sus finos dedos y su mirada profunda, abismal. Predica el control de sí y el desprecio de los sentidos, pero por las noches, cuando su conciencia se acobarda, aparece la imagen: Goldmundo, que es hombre y mujer, que cuando sonríe con sus labios de oro, los extremos del mundo convergen en un beso.

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