Cerró el libro y se quedó acariciando el lomo, aturdida de tanto placer intelectual. El incomunicable éxtasis vibrando en su estómago. Era uno de sus días buenos, días de una embriagadora energía, de caminar de a saltitos, días de sonreírle al asfalto y hasta de enorgullecerse de su sensualidad.
Se entregó feliz al sueño que la abrazó enseguida, y esa misma noche se le apareció la madre Eva con su encanto estremecedor y su rostro insoportable para la vigilia. Al despertar, los resabios del sueño prohibido la oscurecieron. Así comenzaba su día de parásito, días de dejarse besar y tomar por la cintura, días de contemplar con aterradora extrañeza la mirada enternecida del hombre que la amaba.
Eran aquellos sus días más fértiles; días de escribir más de lo saludable y con una agudeza ilícita para los vivos. Días en que su mirada se volvía mezquina, y quedaba atrapada en penumbras metafísicas.
Pero.. ¡he aquí el milagro de la naturaleza! Ni bien la vigilia amenazaba con volverse insoportablemente tortuosa, una pequeña distracción se abría paso, para devolverla a la calma burguesa en un deslizamiento rápido e imperceptible. Su desteñido mundo se coloreaba de nuevo y todo empezaba una vez más.

No hay comentarios: